La carne de Rembrandt y la de Francis Bacon, que vienen a ser la misma. La de los bodegones y la de los desnudos. La de los hospitales y la de los mataderos. El gran sistema de la vida es un productor de carne, pero la carne está pegada al nervio, conectada a él, y por tanto es sensible. Además, al haberse diseñado por ensayo y error en la misma factoría del planeta, toda ella está emparentada. Así lo demuestra el que a los seres humanos se les pueda trasplantar órganos de cerdo.
Poco a poco, se van poniendo las bases de una nueva industria: la de la carne cultivada. A medida que la entrada en el mercado de este producto deja de ser un proyecto y se va convirtiendo en una realidad, la oposición, la contestación y las prohibiciones entran en el juego. Pero el caso es que se está definiendo el camino hacia la separación de la carne como alimento y la carne del sacrificio. La carne cultivada ni siente ni padece. “Nada nos disgusta más que el canibalismo” escribió Robert Louis Stevenson en sus memorias, “con certeza nada disuelve más una sociedad y ninguna otra cosa endurecerá y degradará de igual manera las mentes de quienes lo practican. Y sin embargo, nosotros mismos ofrecemos una apariencia equivalente a los ojos del budista y el vegetariano. Consumimos los cadáveres de criaturas que tienen apetitos, pasiones y órganos similares a los nuestros”.
Este es un tema y el de las macrogranjas otro, aunque muy relacionado. Sin embargo, cuando el señor Garzón se pronunció sobre estas últimas como ministro de consumo, lo que vino a decir es que difícilmente pueden ofrecer productos saludables. Es decir, actuaba en el campo de sus competencias, que incluían velar por la salud del consumidor. Algunos ganaderos agradecieron sus declaraciones, porque practican la ganadería extensiva, que acaso sea la única forma posible de ganadería (en el sentido de que es la única sostenible). Ahora bien, las macrogranjas, la “ganadería industrial”, ya antes de eso había alimentado un serio descontento en Europa. El 82% de los franceses se declara contrario a esas fábricas donde, de forma poco práctica, en vez de cultivarse solo el tejido muscular se cultiva el animal con todos sus órganos, su sistema nervioso y su sufrimiento. En Alemania, los Verdes, como pueden imaginarse, no son muy partidarios, y en Italia nadie quiere una macrogranja en su pueblo, que es lo que pasa también en España si el pueblo está medianamente habitado, porque nadie quiere la contaminación que trae consigo. La aplicación de técnicas industriales a la producción de carne, cuando pasa por la producción de animales, es uno de esos monstruos que crea el sueño de la razón. España es el primer productor de carne de cerdo de Europa. Stevenson cuenta que en las islas del Pacífico donde se practicaba el canibalismo cuando llegaron los europeos, la persona que iba a ser sacrificada para brindar un festín a sus congéneres era un “cerdo largo”.
Una versión previa de este artículo se publicó el 11 de enero de 2022 en el diario El Correo