La calle

 

Sé bienvenid@ a esta página, a esta calle. 

Es una calle secreta, secundaria, la trasera de la ciudad y del mundo. Es un lugar de observación, de residencia y de paso. Nació hace tiempo y fue abandonada. Regreso a ella porque me satisface su carácter recóndito, raro y desconocido. Siento el deseo de cultivar este sitio y su rareza y su carácter oculto. Pero me gustaría que algún viajero extraviado se detuviera aquí a descansar. 




Carmen Martín Gaite tenía su cuarto de atrás. Yo tengo mi calle de atrás, porque como es virtual, imaginaria, una calle fantasma hecha de información que puede desaparecer con un clic, deshacerse como una nube en la nube, puedo construir una calle, una casa, un bloque de apartamentos, una ciudad entera y hasta un mundo. Pero este sitio no nació con vocación épica y ni del impulso que da origen al worldbuilding, la creación de mundos ficticios. Es un refugio y un escondite al que invitar a los viajeros cansados. Que se paren aquí un momento y rebusquen en sus aceras y en sus portales. Aunque debo advertir que, como la Tardis, la nave del doctor Who, es más grande por dentro de lo que parece por fuera.




Esta calle es muchas calles. Unos días es clara, luminosa; otros días es oscura, un poco opresiva. A veces se asoma al cielo por sus balcones y a veces pesa sobre la tierra, inclinándose, pendiendo como un fruto que va a caer. Puede ser urbana, airosa, rural, soñadora, decadente, fantástica, vulgar, bohemia, burguesa o proletaria. Pero siempre está sola, salvo por alguna figura que aparece casi como un error, o por el perro negro que guarda sus aceras.




Es una calle de aquí y de allá, de todas partes y de ninguna. Está emparentada con los pueblos encantados que aparecen entre la niebla un día y al día siguiente ya no están. Se parece a las islas voladoras y a los callejones que nunca visitaremos. Es como ese barrio de una ciudad desconocida que conocemos por error o por azar, y en el que no hay monumentos ni museos ni teatros, sino que el lugar en sí es una revelación, la forma de un tiempo, la imagen de la vida que tiene, que tuvo, que le queda o que se acaba.





A veces es una calle del pasado y a veces es una calle que no sabe del tiempo. Vive en un mundo donde el tiempo marcha hacia atrás y las cosas se deshacen al tocarlas.



Está marcada por una estrella que imprime en el cielo el signo del destino, de la esperanza, de la búsqueda, del viaje inmóvil, de lo maravilloso y lo imposible.




Cuando se asoma al pasado rescata formas que no fueron y cuando se mira en el presente es una imagen rota del presente, una tentativa, una llamada. Puede ser por tanto un ejercicio de realismo o una quimera que contiene claves como las que contienen los sueños. En sus paredes los grafitis reproducen mensajes del mundo. Sus puertas llevan al pasado que nunca existió. Su futuro es el aire. 




No es una calle grandiosa, pero su cielo puede serlo. Es humilde, doméstica, pero cada una de sus puertas abre el laberinto de la mente con la llave del lenguaje.



Cuando la miro, veo cosas que he visto, pero no es ninguna de ellas.




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