martes, 26 de mayo de 2015
lunes, 25 de mayo de 2015
lunes, 18 de mayo de 2015
El coche electoral
No
es la campaña de la uva, pero sí una especie de recolección. El
escritor Felipe Benítez Reyes ha dejado esta frase en Facebook:
“Los altavoces de los coches electorales suenan como los de los
vendedores ambulantes de melones”. Hace poco, mientras
paseaba al perro en una de esas horas fantasma que tienen las
ciudades cuando se ponen tontas, veía pasar y repasar un coche
electoral que acaso había elegido esa hora para cumplir con su
obligación de forma discreta. Era un coche electoral vergonzoso, un poco tímido, que parecía llevar a cabo una tarea vergonzante, quizás porque era domingo, quizás porque estaba ensayando, porque no quería molestar –aún. Las tardes de domingo ya son raras
como la paradoja de una rutina excepcional, pero los coches
electorales no sé bien qué són. Tal vez un anacronismo, un
rasgo de otro tiempo que se cuela en el nuestro, o la
manifestación de otro mundo, un mundo secreto y fantástico como el
de las Crónicas de Narnia pero que no está poblado por faunos y
brujas, sino por cachivaches automáticos y robots de hojalata
gigantes. Se ve que no entiendo bien las campañas de recolección de
votos, porque estos coches de propaganda electoral me parecen fenómenos incongruentes. ¿Para qué sirven? Nadie en su sano juicio puede
creer que van a vender un solo melón o producir un solo voto.
¿Para que sirve poner las caras de los elegibles por toda la ciudad y por las carreteras del campo? En mi ciudad, las caras de los elegibles dan vueltas montadas en el tranvía como en un tío-vivo. Uno de ellos es (lo juro) un personaje sacado de la serie Historias Corrientes (Regular Show). Puede que los otros también, ahora que lo pienso.
Hacer
campaña electoral con coches de estos es como hacerla con sofás
hinchables, sólo que lo segundo es más inteligente, pues
sirve para que el sofá aparezca luego en todos los medios de comunicación con
Esperanza Aguirre sentada en él como si estuviera haciendo algo
además de posar en actitud de cercanía hacia los ciudadanos, que
viene a ser la cercanía mutua que tienen ella y sus votantes de
siempre. En él PP se han quedado tan contentos con el sofá hinchable que luego han repetido la estrategia. Podían haber repetido con muñecas hinchables, pero lo han hecho con bicicletas porque ellos son muy ecologistas, les preocupa mucho la contaminación en las ciudades, la diversificación energética, la promoción de medios de transporte alternativos. La campaña, claro, se desarrolla ahí, en los medios de
comunicación, en las redes y un poco también en las calles, pero no
con coches de venta ambulante. La campaña electoral debería servir
para que los partidos nos hagan llegar sus propuestas y sus
programas (es lo que dice la teoría, ¿qué teoría?), pero una campaña que se hace con un sofá hinchable tipo
chéster, con bicicletas y canciones chungas, con cochecitos que dan vueltas haciendo girar la carraca
de sus lemas y sus melodías irritantes no se distingue de las que
idean los gabinetes de publicidad para vender crecepelo, jabón o ropa de marca. Si
el detergente no lava, si el programa electoral no se va a cumplir,
pues no se cumplió nunca, da lo mismo. La publicidad de un producto que es total o parcialmente creación de la propia campaña se resuelve en un esfuerzo cerrado, frívolo y excitante.
Lo malo son esos coches como piezas rezagadas que se han quedado dando vueltas por la ciudad. Por ellos se ve que el teatro del absurdo no murió con el siglo XX. Fito Cabrales, que es músico y no político, ha dicho refiriéndose a las elecciones que “hace falta que suceda algo”. Hace falta, al menos, que se vaya ese cochecito terrible que no para de dar vueltas sobre su propia música irritante. Ay, si los jabones empezaran a lavar y no nos vendieran estampitas en el tenderete del gran toco-mocho... Eso ya sería fantástico, una revolución silenciosa, interna, definitiva. Pero igual es que preferimos comprar el envoltorio en lugar del producto, igual es que ya ni distinguimos los productos de los envoltorios.
Lo malo son esos coches como piezas rezagadas que se han quedado dando vueltas por la ciudad. Por ellos se ve que el teatro del absurdo no murió con el siglo XX. Fito Cabrales, que es músico y no político, ha dicho refiriéndose a las elecciones que “hace falta que suceda algo”. Hace falta, al menos, que se vaya ese cochecito terrible que no para de dar vueltas sobre su propia música irritante. Ay, si los jabones empezaran a lavar y no nos vendieran estampitas en el tenderete del gran toco-mocho... Eso ya sería fantástico, una revolución silenciosa, interna, definitiva. Pero igual es que preferimos comprar el envoltorio en lugar del producto, igual es que ya ni distinguimos los productos de los envoltorios.
martes, 5 de mayo de 2015
Naturaleza... humana
Después
de la Primera Guerra Mundial los alemanes tenían muchos problemas
económicos pero no suficientes trabajadores extranjeros a los que echar la culpa. El genio inventivo humano y el fantástico torbellino de la
historia encontraron la solución. Lo que sí tenía Alemania era un
buen número de ciudadanos de ascendencia semítica y religión judía
porque en el pasado había sido una tierra tolerante hacia las
minorías religiosas. Abrazando con pasión germánica el viejo
antisemitismo europeo los nazis empezaron a servir el chivo
expiatorio según diversas recetas. No hemos escarmentado y quizás
no lo hagamos nunca. Un partido tan civilizado como el de Rajoy y
Cospedal juguetea con la idea de que los extranjeros vienen a España
a llevarse las ayudas sociales a sus guaridas mientras los cientos de
casos excepcionales que dibujan el mapa de la corrupción se lo
llevan crudo a las guaridas del dinero. En toda Europa la gente
escucha atentamente a quienes les dicen que los extranjeros vienen a
quitarles el trabajo. Es una suerte que al sur de los Pirineos
tengamos a Pablo Iglesias y no a un Adolf Hitler celtíbero
disfrazado de Viriato subiendo en las encuestas como Marine Le Pen en
Francia (en Francia, el que más se parece a Hitler es Jean Marie Le Pen, pero la que sube en las encuestas es Marine).
Esta
idea de ir a por la tribu vecina cuando escasea la caza debe de estar
integrada en la circuitería genética y es una tendencia tan sólida
que ha dado lugar a culturas enteras basadas en la guerra, el saqueo
y la rapiña. En la web de Radio 4, pero de la BBC, hay un programa
de historia de las ideas (de esos que ya no son posible en RNE) donde
se puede escuchar la voz de Carl Jung. Impresionante. Estos ingleses
tienen grabada la voz de Jung y la voz de Jung dice: “Necesitamos
más psicología, necesitamos más comprensión de la naturaleza
humana porque el único peligro real que existe es el hombre mismo.
Sabemos muy poco de la naturaleza humana, apenas algo más que nada”.
Los
vikingos volvían a casa con el botín, los antiguos romanos
ampliaban el territorio del Imperio en busca de los recursos que
necesitaban y los nazis estaban obsesionados con ampliar el “espacio
vital”. Cuando Hitler hubo ensayado bastante en su espacio
doméstico fue a por los vecinos, que tenían territorio y cuentas
bancarias. La existencia de una naturaleza humana común encuentra en
esta conducta uno de sus más sólidos hilos conductores. Si el que
puedes considerar diferente está en tu barrio o en el barrio de al
lado y es dueño de un bazar o de una sastrería resulta mucho más
fácil ir a por él que si hay que cruzar la frontera. Es lo que
están haciendo los sudafricanos. El país va mal, así que ellos van
a por los nigerianos, los somalíes, los mozambiqueños y los
paquistaníes. La tribu y el territorio, dos conceptos de raíz
biológica que ayudaron a sobrevivir a nuestros antepasados, podrían
ser, si seguimos así, la estupidez definitiva.
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