miércoles, 18 de diciembre de 2013
Las cosas, pequeña antología. Borges 2
Jorge Luis Borges
Cosas
El volumen caído que los otros
Ocultan en la hondura del estante
Y que los días y las noches cubren
De lento polvo silencioso. El ancla
De Sidón que los mares de Inglaterra
Oprimen en su abismo ciego y blando.
El espejo que no repite a nadie
Cuando la casa se ha quedado sola.
Las limaduras de uña que dejamos
A lo largo del tiempo y del espacio.
El polvo indescifrable que fue Shakespeare.
Las modificaciones de la nube.
La simétrica rosa momentánea
Que el azar dio una vez a los ocultos
Cristales del pueril calidoscopio.
Los remos de Argos, la primera nave.
Las pisadas de arena que la ola
Soñolienta y fatal borra en la playa.
Los colores de Turner cuando apagan
Las luces en la recta galería
Y no resuena un paso en la alta noche.
El revés de prolijo mapamundi.
La tenue telaraña en la pirámide.
La piedra ciega y la curiosa mano.
El sueño que he tenido antes del alba
Y que olvidé cuando clareaba el día.
El principio y el fin de la epopeya
De Finsburh, hoy unos contados versos
De hierro, no gastado por los siglos.
La letra inversa en el papel secante.
La tortuga en el fondo del aljibe.
Lo que no puede ser. El otro cuerno
Del Unicornio. El Ser que es Tres y es Uno.
El disco triangular. El inasible
Instante en que la flecha del eleata,
Inmóvil en el aire, da en el blanco.
La flor entre las páginas de Bécquer.
El péndulo que el tiempo ha detenido.
El acero que Odín clavó en el árbol.
El texto de las no cortadas hojas.
El eco de los cascos de la carga
De Junín, que de algún eterno modo
No ha cesado y es parte de la trama.
La sombra de Sarmiento en las aceras.
La voz que oyó el pastor en la montaña.
La osamenta blanqueando en el desierto.
El otro lado del tapiz. Las cosas
Que nadie mira, salvo del Dios de Berkeley.
Otro poema para mi pequeña antología de cosas sobre las cosas, de cosas imaginarias, es este que se titula Cosas, de Jorge Luis Borges. Borges, ya lo saben ustedes, era un maestro de la enumeración caótica y cualquiera se convierte en visionario leyendo estas lineas donde las cosas son imágenes, son ideas, son arquetipos, son imaginaciones, son sueños, son cosas.
domingo, 8 de diciembre de 2013
Las cosas, de Jorge Luis Borges. Comentarios y navegaciones
El bastón, las monedas, el llavero,
La dócil cerradura, las tardías
Notas que no leerán los pocos días
Que me quedan, los naipes y el tablero,
Un libro y en sus páginas la ajada
Violeta, monumento de una tarde
Sin duda inolvidable y ya olvidada,
El rojo espejo occidental en que arde
Una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
Limas, umbrales, atlas, copas, clavos,
Nos sirven como tácitos esclavos,
Ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
No sabrán nunca que nos hemos ido.
Las cosas
El bastón, las monedas, el llavero,
la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos días
que me quedan, los naipes y el tablero,
un libro y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que arde
una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
láminas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,
ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos hemos ido.
Como se puede comprobar por los datos que aporto en mi entrada del 5 de diciembre, la primera versión del famoso soneto de Jorge Luis Borges Las cosas que aparece en esta página es la que nos dejó su autor; la segunda es la que se transmite por Internet a partir, muy probablemente, de la web A media voz
Haciendo clic en el enlace el lector puede ir allá y leer la semblanza de Graciela Henao Londoño, muerta en enero de este año de 2013, que fue creando durante los últimos de su vida esta antología.
A media voz es su antología, su obra. La antología de una lectora. A ella, como a todos los lectores, pertenece la poesía, y ella, como aficionada, como amante de la poesía, fue compilando sus poemas y sus poetas favoritos y publicándolos en la Red. No sabemos si tenía ayudantes o si hacía ella misma todo el trabajo. Quizás alguna vez alguna otra persona copiara alguna cosa. En todo caso, fuera suya o de otro copista, no es probable que la errata proceda de otra parte.: A media voz es el sitio de referencia; los otros lugares en los que aparece–blogs de carácter muy diverso-- contienen recopilaciones accidentales. Otros lectores que van haciendo sus propias antologías poéticas, como Apeiron, transcriben el soneto correctamente.
Graciela Henao no era lingüista ni profesora de literatura, pero no puede pensarse que si lo hubiera sido la errata no se habría producido. No tiene nada que ver. Hay aficionados cuidadosos y profesores de literatura descuidados. No es lo mismo escribir crítica literaria que ser editor de una antología en Red, y un lapsus linguae --un tropezón del sistema nervioso, un intercambio automático de términos fuera de la conciencia-- lo puede tener cualquier persona, según las diferentes circunstancias y condiciones que los producen en cada cual.
Lo fascinante de todo este enredo es que con la Red hemos inaugurado una época en la que un copista puede introducir modificaciones en el texto que está copiando, igual que en la Edad Media. La transmisión de los textos ahora es abrumadoramente más copiosa, pero igualmente azarosa cuando hay miles, millones de copistas que los manejan con cuidado o sin él, con cansancio, con problemas de vista, con memoria y con desmemoria, con lapsus, con minuciosidad, con prisa, con sueño, con creatividad inconsciente. Lo fascinante es que hay copistas que no siempre le dejan al ordenador el trabajo de copiar, sino que copian los textos palabra por palabra, y entonces sucede que la palabra “limas” quizás parezca poco poética, fuera de lugar y que, tal vez sin darse cuenta,, el copista la sustituya por láminas, que es mucho más sugerente, pero que rompe el ritmo del verso.
O Tal vez el copista ha utilizado un sistema de digitalización y un programa de reconocimiento de caracteres. Método este que requiere, como muchos sabemos, de una paciente labor de corrección. En esta labor de corrección se pueden producir alteraciones del texto original si no se coteja continuamente con la copia digital y, en vez de eso, se infieren las palabras defectuosamente transcritas por el programa a partir de los caracteres legibles y del contexto.
Luego entran en escena los otros copistas, los copistas perezosos u ocasionales, que en realidad sólo seleccionan un texto y ordenan a la máquina, al ordenador, su copia instantánea. Así es fácil difundir un poema y también una errata.
La errata de Graciela Henao Londoño, si es que es suya, cosa que tampoco puedo probar taxativamente, es una errata hermosa, una errata imaginativa. La errata de un lector de poesía. Pero de un lector de poesía que se fija más en las palabras que en el ritmo del poema.
Esta errata es también, como el poema mismo, una cosa, pero una cosa que se parece a un ser vivo, pues se reproduce y se expande en el ecosistema cultural de Internet. Ahora que la Filología parecía estar definitivamente muerta (una ciencia del siglo XIX) Internet va a producir su resurrección. Aquí, en Internet, está la base de una filología del siglo XXI.
La errata del poema de Borges es como una mutación que se hubiera producido en una determinada línea de descendencia de un organismo viviente.
Aunque existen hoy día medios para fijar los textos que la Edad Media no tenía, Internet es un medio en el que los textos tienen nuevas posibilidades de mutación y las mutaciones tienen posibilidades de expansión fantástica. Son las grandes magnitudes las que agigantan las probabilidades.
Internet ha sacado las obras literarias del control de los impresores y las ha puesto en manos de una legión de nuevos copistas. La expansión horizontal del texto mutado puede alcanzar tales dimensiones y la importancia de la reproducción no impresa puede agrandarse tanto que en el futuro la transmisión de las obras puede verse afectada por la propagación masiva de ciertas copias a través de diferentes estratos de Internet. Incluso podría suceder que las obras se multiplicaran en diferentes versiones, cada una de las cuales se extendería por estratos relativamente incomunicados, con lo cual la labor de la Filología en el futuro sería la de establecer el punto temporal y el ancestro común a partir del cual se separaron las especies que, andando el tiempo, llegarían a competir por el espacio virtual.
Todo esto es, desde luego, ciencia ficción.
jueves, 5 de diciembre de 2013
Las cosas, pequeña antología. Borges 1
Borges 1: Las cosas, navegaciones
Después de publicar el primer componente
de esta sección, un artículo literario o cosa parecida titulado
“Las cosas”, vi que alguien había colgado en Facebook el soneto
de Borges que tiene el mismo título. Y me dije: ah, qué bien, ya
que voy a citar este soneto en la nueva sección de mi
blog, podré tomarlo de aquí y no tendré necesidad de
transcribirlo. Pero pasó el tiempo (y pasó más) y no lo hice: no copié
el soneto con un sencillo comando, no escribí el texto que debía
acompañarlo. Ya no recuerdo quién colgó el soneto en Facebook y
buscarlo allí de nuevo sería una labor ardua, como diría el propio
Borges. Así que decidí buscarlo en Internet y enseguida fui a parar
a la página dedicada al escritor argentino en el sitio llamado
“A media voz”, que es una antología poética muy conocida en la
Red. Y de allí copié lo siguiente:
El bastón, las monedas, el llavero,
la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos días
que me quedan, los naipes y el tablero,
un libro y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que arde
una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
láminas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,
ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos hemos ido.
Pero
este soneto tenía un problema, y .el problema estaba –está-- en
el segundo verso del primer terceto. No me sé el poema de memoria
–hacía mucho que no lo releía-- pero ese verso no encajaba. Todo
el ritmo se va a la m. en ese verso. Nada más empezar.. Nada más
empezar el verso, quiero decir. Vas leyendo, escuchando la música de
las frases y cuando llegas al segundo verso del primer terceto es
como si te dieran una bofetada. ¡Plaf!
Borges
no pudo hacer esto, me dije. Borges no pudo dejar ahí ese tortazo
para que lo reciba el lector en plena cara cada vez que transite por
el segundo verso del primer terceto. Y me puse a buscar por las
estanterías de casa mi ejemplar de la Obra poética completa de
Jorge Luis Borges, que por cierto no es completa (lo fue en 1977) y
que tampoco es una edición maravillosa ni una primera edición ni
tiene nada reseñable ni nada especial salvo que es mi ejemplar de la
Obra Poética (algo menos que completa) de Borges.
Y
ahí estaba –está– el soneto titulado Las Cosas.
El
poema pertenece al libro Elogio
de la sombra
(1969) y dice así (finalmente tendré que transcribirlo; si no, este
ejercicio no tendría gracia):
El bastón, las monedas, el llavero,
La dócil cerradura, las tardías
Notas que no leerán los pocos días
Que me quedan, los naipes y el tablero,
Un libro y en sus páginas la ajada
Violeta, monumento de una tarde
Sin duda inolvidable y ya olvidada,
El rojo espejo occidental en que arde
Una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
Limas, umbrales, atlas, copas, clavos,
Nos sirven como tácitos esclavos,
Ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
No sabrán nunca que nos hemos ido.
El bastón, las monedas, el llavero,
La dócil cerradura, las tardías
Notas que no leerán los pocos días
Que me quedan, los naipes y el tablero,
Un libro y en sus páginas la ajada
Violeta, monumento de una tarde
Sin duda inolvidable y ya olvidada,
El rojo espejo occidental en que arde
Una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
Limas, umbrales, atlas, copas, clavos,
Nos sirven como tácitos esclavos,
Ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
No sabrán nunca que nos hemos ido.
¿Verdad
que el segundo verso del primer terceto no suena como antes? Porque
no es el mismo.
Sin
embargo, por todo Internet prolifera la otra versión. ¿Será que se
multiplica mediante esa secuencia de acciones que en este instante
estarán repitiendo millones de personas en todo el planeta, esa
secuencia llamada “copiar y pegar” en la que ya el actor parece
ser un mero accidente, un requisito para se cumpla una y otra vez la
serie de comandos? ¿O será que mi edición de la Obra Poética de
Borges contiene una errata?
Pues
no, mi edición de Alianza Editorial no contiene una errata si la
comparamos con esta página de la edición de las Obras Completas de
Borges de Emecé Editores de 1974.
Y
la versión que se publicó aquel día en Facebook ¿cuál sería? Ya
nunca lo sabremos.
martes, 3 de diciembre de 2013
China
Zhong Kui llevando una espada, por Fan Zeng. Obra conservada en el MetropolitanMuseum of Art, New York |
Durante
largos, largos siglos (los siglos fueron más largos en el pasado,
los años más largos, las horas igual de cortas) el país de las
maravillas no estuvo en los libros de Lewis Carrol, que aún no había
nacido, sino en China. El libro de los viajes de Marco Polo, que
viajó sobre todo por el Imperio de Kublai Khan, se tituló Libro de
las Maravillas del Mundo, y algunas de las maravillas que llegaban de
Oriente con cuentagotas eran la seda y la porcelana. Es famosa la
historia de la impresionante armada del siglo XV, con sus grandes
barcos que ninguna otra potencia podía soñar provistos de adelantos
técnicos que Europa tardaría un siglo en descubrir. Con esta
historia se han hecho extraordinarios documentales para la
televisión, y por ellos sabemos que, después de extender su
influencia y dejar un poderoso recuerdo en costas lejanas, los chinos
se replegaron y no volvieron a enviar navegantes fuera hasta el siglo
XIX.
Buscando
China, y no sólo la India como siempre se dice, Europa alcanzó
América (para desgracia de los americanos) y puso los pilares de su
dominio del mundo. Por sus desequilibrios internos y por su encuentro
con Europa, China entraría en un largo periodo de decadencia. Dejó
de ser el país de las maravillas y se convirtió en un país al que
se exportaba opio (antes de los carteles colombianos el Imperio
británico ya se dedicó al negocio de las drogas a gran escala), y,
más tarde, fue uno de los lugares a los que se enviaban donativos
del Domund. Eso antes de que se instaurara la República Popular, por
supuesto. En el siglo XXI no sabemos si el PSOE ha vuelto, como dice
Rubalcaba, o si volverá alguna vez, pero China sí que ha regresado.
La
flota comandada por Heng Zhe no alcanzó Europa en el siglo XV, como
ha dicho Jack Goldstone, de la George Mason University, por la misma
razón que EE.UU dejó de enviar expediciones a la luna: no había
nada allí que pudiera interesarles. Pero Europa siguió buscando a
China con denuedo. Así los mercaderes asiáticos pudieron inundar
Europa con porcelanas que Europa tardaría mucho en saber copiar, con
tejidos de seda que se cultivaba a gran escala para la exportación,
más tarde con ropas hechas según la moda europea. Después del
siglo XVI, Europa por fin podía dar algo a cambio de los tesoros
chinos: la plata que viajaba en los galeones españoles. El mercado
del lujo tenía hambre de la inigualable porcelana china y China
tenia hambre de plata.
Cinco
siglos después, los chinos se las han ingeniado para inundar los
mercados occidentales con una producción sin competencia. Han ido
recuperando el control de la tecnología más avanzada. Hoy todo se
fabrica en China y China es la segunda potencia económica del mundo.
Dicen que para 2016 será la primera. ¿Quién se atreve a llevarse
mal con el régimen chino? Pero este mundo globalizado está lleno de
factores incontrolables. Un sólo individuo, llamado José Elías
Esteve, ha organizado una crisis diplomática con una querella que
presentó en 2006 ante la Audiencia Nacional. Esteve acusó al
expresidente Jiang Zemin, al exprimer ministro Li Peng y a otros dos
ex de genocidio por su intervención en el Tibet. La querella ha
prosperado y la Audiencia Nacional ha emitido una orden de detención
que lleva los ilustres nombres de los ilustres acusados. La orden
tiene fecha de 19 de noviembre de 2013.
China,
según escribió Miguel González en su información para el diario
El País, es “el país en el que España había puesto los ojos
como un nuevo El Dorado asiático para las empresas españolas”. El
Dorado o el País de las Maravillas, tanto da; el caso es que “el
gigante asiático”, como reza el tópico, se ha enfadado bastante y
ahora tiemblan las empresas españolas (por lo menos unas cuantas). Al ministro García-Margallo
le han dado un disgusto fenomenal, pero es tarde para dárselo a
Fagor Eletrodomésticos: su expedición china ya había terminado.
Terminó tan mal que desapareció Fagor.
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