El día 1 me levanté bastante pronto por la mañana (bastante pronto para ser día 1) y después de calmar el dolor de cabeza con unas pastillas y un buen café, me eché a la calle. Un ejército de barrenderos y de máquinas limpiadoras trabajaba en las aceras. Barrían y limpiaban los restos de 2011, el año exhausto que se veía tirado por el suelo en forma de confetti y de botellas rotas. La luz, el cielo azul, las altas temperaturas sugerían que el invierno se había retirado lo mismo que la noche. La ciudad estaba en calma, extrañamente en calma.
A mi esta luz, esta vieja sensación de que algo se renueva, estos días primeros del año, me producen un estupor como el que llega a producir lo real cuando lo vemos con otros ojos que no son los de la costumbre. El tiempo no para, pero el calendario, de algún modo, se detuvo bajo el umbral del año y ahora enciende los motores bajo la expectación que produce empezar otro mes de enero con un nuevo Gobierno en Madrid. Ya tenemos el Gobierno que va haciendo de buen grado y con diligencia lo que el Gobierno anterior hacía a regañadientes. Ya se nos va olvidando dónde empezó la crisis y cómo empezó. Ya se nos van olvidando las promesas electorales, la oposición que el partido de la oposición, ahora en el Gobierno de España, ejerció contra algunas leyes y medidas que ha puesto en marcha o que ha sustituido por otras semejantes. Ya se nos va olvidando 2011 o, mejor dicho, todo lo anterior a 2011, el año en que la crisis financiera se convirtió en crisis de deuda.
Empezamos 2012 con subidas de impuestos, con subidas de precios, pero con rebajas anticipadas. No se vende una escoba, y menos si es eléctrica. Las rebajas en los escaparates han activado un poco el consumo, pero ciertas rebajas del Gobierno producen una preocupación variable. El tijeretazo a Televisión Española puede amenazar un modelo de televisión pública en general encomiable, pero lo que de verdad da miedo es el tijeretazo a la ciencia. Es este un aspecto de la vida de un país, Estado, nación o continente donde no se puede escatimar, porque invertir o cortar la inversión, la estructuración, las mejoras en este ámbito es algo que afecta seriamente a al futuro. Y el futuro siempre llega, antes o después, a corto, a medio o a largo plazo. Lo mismo que llega el año nuevo cada año, si el tiempo no se para para siempre.
Austeridad
Ya nos decía Rubalcaba que tanta austeridad nos llevaba de cabeza a la recesión, pero lo alucinante, en este mes de enero de las alucinaciones, es que nos lo digan las agencias de calificación que nos empujan a la austeridad. Ahora sabemos que Standard & Poors nos va a bajar “el rating”, sea eso lo que sea, si el Gobierno no maniobra drásticamente para reducir el déficit, y sabemos también que nos baja el “rating” o la calificación o lo que sea si el Gobierno se aplica demasiado en el control del déficit, porque entonces vamos a la recesión, dicen. Y así, la recesión, la caída, el descenso y los apuros están garantizados, pero las ventajas de la austeridad ni siquiera están claras. Nada salvo eso, los apuros, las angustias y las angosturas, está claro en este mes de enero de 2012 en que se ha muerto Manuel Fraga y un transatlántico grande como una pequeña ciudad ha naufragado en las costas del sur de Europa. Son dos señales del fin de los tiempos, de los que se cierran, porque Manuel Fraga, que no murió para la política allá en la Transición, hubiera resistido hasta los 100 años, estoy segura, si no se hubiera acabado su mundo en el lento y frío principio de otra cosa que no sabemos qué es. Fraga, el incombustible, se ha ido entre bendiciones y maldiciones, mientras las maldiciones de Standard & Poors iban cayendo sobre Europa. Con este empujón, Francia se suelta de Alemania y aparece junto a España sobre la pista de hielo. Es bueno tener compañeros en la desgracia, las penas compartidas son menos, y con ayuda se soportan los males y se lucha mejor contra ellos. En parte, todo este asunto va tan mal porque la Europa Unidad está bastante desunida. Sin embargo, Moody's, la otra superagencia de calificación, le mantiene la triple A a Francia, y las bolsas no parece que se hayan desmayado, al menos al comienzo de la semana. Falta saber qué dice la tercera persona de la trinidad calificatoria, que es la agencia Fitch, también estadounidense (qué casualidad).
El barco hace aguas, pero tenemos una ventaja sobre los pasajeros del Concordia, y es que los capitanes no pueden abandonar la nave. Como mucho, pueden hacer relevos al timón, dar golpes de timón o darse golpes por el timón. Es lo que hacen los partidos políticos y quizás algo de esto lo hacen también los ministros de Economía y de Hacienda. Dicen que hay competencia entre Luis de Guindos y Cristóbal Montoro. O algo peor. Por cierto, el anuncio de Cristóbal Montoro, hecho la semana pasada, de que tenía un plan para cerrar 450 empresas públicas no sabemos qué efecto tendrá sobre las calificaciones de las agencias calificatorias. Cerrar 450 empresas públicas es una drástica forma de recortar el gasto y también de mandar a mucha gente al paro, sobre todo en este país o países donde tanta gente vive de las empresas públicas o de venderles servicios a las empresas públicas. Hasta el duque de Palma vivía de eso, aunque es llamativo lo mucho que necesitaba para vivir.
Trabajo
Los trabajadores, como somos la mayoría de la humanidad, somos muchísimos y muy variados y no nos ponemos de acuerdo. Las rentas del capital es que son menos gente y tienen muy claros sus intereses; por eso consiguen ponerse de acuerdo. Además, se conocen personalmente de Suiza y de Abu Dabi y sitios así. Las rentas del trabajo abarcan un espectro tan amplio de niveles socioculturales y modos de vida, de gentes de todo el planeta que no se conocen de nada, que es muy fácil acentuar las viejas divisiones y crear otras nuevas. Así, quienes pagamos la crisis y los impuestos, quienes pagamos el crecimiento económico y la competitividad y el pato, somos los trabajadores de diferente especialidad, nivel y condición. El lunes a las cuatro de la madrugada, que es casi como decir el domingo por la noche, se trabajaba en el polígono industrial de Erletxes, en Bizkaia. El lunes a las cuatro de la madrugada, en el polígono industrial de Erletxes un trabajador de 32 años era golpeado por un camión. Murió poco después. El trabajo no debería matar. El trabajo debería ser otra cosa. La gente quiere trabajar para vivir, y el trabajo debería estar al servicio de la vida y no de los balances de las multinacionales. El domingo por la noche me acosté con el titular “Tu Iphone está fabricado por niños de 13 años que trabajan 16 horas al día por 70 centavos a la hora”. Faltaban pocas horas para que muriera en Galdakao un trabajador de 32 años. En Asia, los enormes beneficios de las grandes compañías salen directamente de la vida de la gente, como el agua de un pozo. Es el tiempo de la vida, todo el tiempo de la vida, el que se utiliza en la jornada laboral, y sólo quedan fuera las horas imprescindibles para las necesidades biológicas. Es el tiempo de la vida, el tiempo de que está hecha esta gente, lo que succionan las empresas que fabrican nuestros teléfonos móviles y nuestras zapatillas de marca, y los artilugios, caros o baratos, y la ropa de los pobres de occidente, que, muy a menudo, no pueden elegir qué ropa comprar. Es la salud de esos trabajadores que mueren de su trabajo, de las condiciones de trabajo, allá en Asia, sin que sean noticia en nuestros periódicos, lo que hace crecer los beneficios de los accionistas. El problema de los asiáticos es su trabajo: el nuestro, el paro. Ayer, el último boletín económico del Banco de España decía lo mismo que dicen todos los informes: 2012 va a ser un año de contracción de la economía española, es decir, de recesión y más paro. En Barakaldo, que es la esencia de la Bizkaia fabril reconvertida al sector servicios con sueldos de 800 euros y un gran centro de exposiciones deficitario, en Barakaldo cuatro familias son desahuciadas semanalmente por no poder pagar la hipoteca o los impuestos municipales. Las ayudas sociales en apenas dos años se han quedado en la mitad. Y la distancia entre un trabajador en activo y uno en paro es quizás mayor que la distancia entre un trabajador vivo y un trabajador muerto.
El progreso
Con las últimas vueltas de la historia, a los nuevos ricos de siempre, que nunca son los mismos y que siempre son más zafios, se opone la masa social nacida del derrumbamiento de una parte de las clases medias, sombra amasada con casos, nombres, personas a las que se les ha hundido el suelo bajo los pies. El hambre ha vuelto a ser en Europa el monstruo que duerme bajo la cama, el hambre en los tiempos de las conexiones inalámbricas y de la imagen digital. En los tiempos de la escuela 2.0, los sindicatos de enseñanza griegos nos cuentan que en su país ha habido varios desmayos de alumnos de primaria por hambre. Los recortes de las ayudas sociales les recuerdan a una buena parte de la población que cuando Dios aprieta, aprieta de verdad; y a los grupos de riesgo de antes de la crisis se une la clase media y media baja que protagoniza el desempleo o el florecimiento de los infrasueldos, y que no tiene derecho a ninguna ayuda, según la legislación vigente, o que ve cómo las ayudas desaparecen cuando más falta hacen. Los comedores de Cáritas reciben la visita de personas que no los habían pisado en su vida y los bancos de alimentos no dan abasto, mientras los bancos, que recibieron dinero público a espuertas, al parecer se resisten a hacer circular el dinero allí donde se necesita.
Que el progreso no es inevitable lo sabemos hace tiempo. El progreso, ese invento del siglo de las luces, de la cultura ilustrada europea, es la primera y la última utopía, la más resistente, la isla de tiempo que ni es la misma para todos ni todo el mundo se empeña en perseguir, aunque casi todo el mundo lo hace o cree hacerlo. Persiguiendo el progreso, las sociedades occidentales se han encontrado de pronto siguiendo otra cosa, otras cosas, y nadie recuerda cuándo nos dieron el cambiazo. Sólo vemos que la estela era engañosa, y que podría ser el momento de volver a una idea de progreso más antigua y más sólida. Porque al principio, al principio de este mundo que ha matado sus utopías en los gulags y en los delirios del poder que se perdió por el camino, estaba la idea de que progresar es eliminar el hambre, la explotación y la ignorancia. Y esa idea era buena. Todos estamos de acuerdo en que la idea es buena. Pero sólo es una idea, claro. La ciencia, que nos iba a llevar a un mundo mejor, nos ha traído hasta el negocio de las telecomunicaciones y la idea del progreso ha sido sustituida por la de progreso tecnológico. Eso pasó hace tiempo, en la ciudad mecánica, en Hollywood y en la televisión que te dice lo que tienes que comprar y en el establecimiento que te vende lo que hay que tener. Íbamos a erradicar la pobreza, siempre lo íbamos a hacer, pero estábamos muy ocupados persiguiendo el último teléfono móvil o el último Ipad, ese que se fabrica casi por entero en China, en fábricas llenas de polvo de aluminio que de vez en cuando explotan. El progreso, ya ven.
(Publicados en la edición impresa del Diario El Correo)