jueves, 19 de abril de 2012

Corrupción


(Publicado en el Diario El Correo, edición impresa, el martes 27 de marzo de 2012)


A algunos partidos políticos les pasa como al Athletic de Bilbao. Cuando todo el mundo está pensando “vamos bien, vamos bien”, les meten un gol que no tenía que haber sido. Ese gol inoportuno, ese gol escandaloso... Es que se lo habían puesto fácil. De pronto el Athletic ha perdido fuerza en la liga. No termina de coger toda la fuerza que quisiéramos. Pero aún puede remontar. Todo el mundo espera que lo haga. El Athletic no pierde el apoyo incondicional de sus hinchas. La política, en cambio, pierde fuerza y gana la desafección y el hartazgo de la ciudadanía. Y es que la política le debe su desgaste a las corruptelas y las corrupciones, a las grandes y pequeñas tramas, al uso un poco exagerado de las influencias, a las amistades y los negocios, los trajes y los áticos, los préstamos y los regalos, los parientes y sus viviendas, los cargos y sus negocios y, en fin, ese amor por el dinero y la buena vida que, no es que sea pecado, pero que se mezcla mucho con los asuntos públicos, influye mucho en éstos y permite que, con demasiada frecuencia, la política se haga ante los jueces.

Dicen que un cierto nivel de corrupción es inherente a cualquier sistema político. Lo malo es que pasando de cierto nivel ya no hay sistema, sólo corrupción. Eso no llega a suceder en nuestro entorno, pero al votante medio le puede parecer que sí, por el continuo afloramiento de casos y cosas (cosas como trajes, áticos, viviendas, conversaciones, qué sé yo). Ahora bien, peor que el afloramiento de la corrupción es que no aflore, y mucho peor que el enfado general, la indignación y hasta el desencanto, es que una sociedad no reaccione ante la corrupción y la llegue a incorporar como un elemento propio que es malo o bueno dependiendo de quien la practica.

Dicen que la corrupción es inherente a la naturaleza humana, y la naturaleza humana es muy maleable. Por eso hay que crear las condiciones para que el poder no corrompa demasiado, ya que parece inevitable que corrompa un poco, salvo a unos pocos incorruptibles que no suelen dedicarse a la política. Los países donde hay más corrupción son aquellos donde no salen casos en la prensa, y el concepto de corrupción no existía o era distinto cuando el poder era absoluto y no tenía frenos ni vigilancia. A los conservadores británicos, por ejemplo, les han sacado a la delatora luz un caso de financiación digamos “imaginativa”. Yo creo que la mayoría de sus votantes se van a enfadar, no porque les saquen estas cosas a relucir, sino porque tales cosas existan. En el sentido de la reacción influye una variable cultural que acompaña a la latitud: al sur se responde más con resignación y fatalismo, y cuanto más al norte, más se enfada la gente con los corruptos, especialmente “si son de los nuestros” porque en ese caso les dañan más. En  Euskadi creo que ocupamos una posición intermedia.

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