jueves, 19 de abril de 2012
Los ricos
(Publicado en el Diario El Correo, edición impresa, el martes 20 de marzo de 2012)
Ahora que la lucha de clases ha recobrado protagonismo, un titular como “los ricos son más egoístas” es un plato fuerte sobre el que infaliblemente caerán millones de ojos hambrientos de justicia. Ayer mismo presidía la contraportada de este periódico, junto a una foto del tío Gilito y otra de Paul Piff, que no es un personaje de tebeo, sino un avispado psicólogo. Al frente de un equipo de investigadores de Berkeley y Toronto, el mencionado Paul Piff ha conseguido crear la noticia con uno de esos estudios que nos dicen lo que ya sabíamos. El mérito de Piff y sus colaboradores está en reescribir con el lenguaje de la ciencia lo que nos han dicho muchas veces la sabiduría popular y la filosofía clásica. Hay cosas que sabemos desde antiguo y que olvidamos diariamente. Entonces aparece Paul Piff y redescubre el Mediterráneo, pero eso sí, con muchos datos que dejan constancia de la localización de la cuenca, el volumen del agua y el tamaño de las olas.
En La vida ondulante, Ramón Eder, autor también del libro La mitad es mas que el todo, afirma que “el sentido moral se adquiere en la infancia al repartir la merienda con los hermanos”. Y aquí está el meollo del asunto. El reparto de la merienda varía mucho en las diferentes clases sociales, y también el número de hermanos. Para los muy ricos, los hermanos son pocos y los demás somos parte de la merienda. Por ejemplo, fíjense en esas 510 sociedades que tenían Urdangarin y Torres a su disposición en 20 países diferentes para, según parece, insuflar en ellas el caudal de su ingenio y de su trabajo. Alguien puede pensar que su trabajo consistía en robar a los pobres para alimentar la riqueza de los ricos, es decir, la suya propia, pero desde su punto de vista las cosas se ven de otra manera. Al fin y al cabo, una persona que no tiene que repartir nada con los hermanos durante la infancia no puede tener un gran sentido de la ética. En cuanto a Diego Torres no tiene hermanos, es decir, como si no los tuviera.
A raíz de la publicación del trabajo de Piff y su equipo, mucha gente se pregunta si los ricos son más proclives a engañar, abusar y quedarse con lo que no es suyo porque su idea de lo que está bien y lo que está mal va de lo inexacto a lo inexistente, o si son ricos porque no gastan muchos escrúpulos. Las dos cosas, creo yo. El nuevo rico, además, suele perder las virtudes de la clase social de origen para adquirir los defectos de la clase a la que se incorpora. Hay miles de anécdotas, la mayoría por desgracia reales, sobre la tacañería de los ricos y su insensibilidad. La vida infrahumana embrutece, pero el extraño Olimpo en el que viven los más afortunados les hace sentirse como dioses, aunque no les haga ni inmortales ni mejores. Fue Hesiodo, al parecer, el primero que dijo eso de que “la mitad es más que el todo” y Aristóteles enseñaba que la virtud está exactamente entre los dos extremos.
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