sábado, 21 de julio de 2012

Carretera y casa

Era la forma de vida de aquellos días en que los bancos querían prestar dinero a todo el mundo y todo el mundo quería deber dinero a los bancos. Especialmente los constructores. Era un mundo de casas que se reproducían como los clones de Galaxar en “Monstruos contra alienígenas” y de carreteras que crecían, se desdoblaban, se desplegaban, se multiplicaban entre las urbanizaciones. La gente trabajaba para pagar la hipoteca con la que pagaba la casa y la hipoteca con la que pagaba el coche. Los coches también aumentaban, crecían, se multiplicaban y corrían por las carreteras de una casa a otra, de una ciudad a otra, de la primera vivienda a la segunda vivienda. Los coches corrian sin parar hacia la segunda vivienda y hacia el hotel de la costa y hacia el aeropuerto y hacia el peaje de la autopista y hacia el desguace. Iban de la casa a la empresa, de casa a la fábrica. Todavía lo hacen si sus dueños conservan el trabajo, pero no se reproducen mucho, como las casas, que ya no se venden, ni aunque sean vivienda protegida. En cuanto a las carreteras, el problema actual es cómo mantenerlas, y no sólo eso, sino también cómo pagarlas.
Todo sucedió hace poco, hace un tiempo corto y feroz que le ha dado una vuelta de campana a la realidad. Los enemigos declarados del Gobierno de Rodríguez Zapatero decían que era el Gobierno el que nos estaba llevando a la ruina y que la clave estaba en la deuda pública, pero ahora que ya no tenemos la banca más sólida del mundo ha aflorado la verdadera base carcomida de la crisis: la deuda privada. Lo decían quienes sabían de estas cosas, pero ya no hace falta saber gran cosa para verlo: sólo verlo. La consultora Oliver Wyman, una de las dos consultoras independientes a las que se encargó una auditoría sobre los bancos españoles, ha publicado en su informe que “los casos de los que se tiene conocimiento parecen indicar que partes significativas de los créditos para la promoción y construcción inmobiliaria han sido mal clasificados como créditos empresariales corrientes”. Vamos, que el agujero del ladrillo es todavía más monstruoso de lo que se pensaba, ya que parte de él estaba discretamente disimulado.
Pero hay más agujeros. El más significativo es ese fantástico sumidero espacial de 3.800 millones de euros que brota de las autopistas de peaje. Ay, esas carreteras pensadas para un mundo descomunal, en crecimiento infinito, creciendo como un puente sobre la deuda, privada y pública, sobre un agujero de gusano que nos ha traído hasta estos días. La mayoría de ellas no tienen ni el 70% del tráfico previsto. Nueve concesionarias no pueden pagar ni los intereses de su deuda con los bancos.Y claro, ya están esperando que Papá Estado acuda al rescate. Es curiosa la relación entre el Estado y el capital ¿no es cierto? A veces hasta parece que fueran la misma cosa.

Publicado en el Diario El Correo el 26 de junio de 2012



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