Esto no es una crisis, nos dicen algunos economistas. No
es una crisis, sino un cambio. Pero no, no es un cambio, sino el
resultado del cambio. Cinco años de crisis ¿no es mucha crisis? El
cambio ya se ha producido. Ha pasado lo que tenía que pasar. No
estamos en una situación transitoria, sino en una nueva situación.
Nos lo decía José Manuel Gil Vegas en el diario El Correo. José
Manuel Gil es profesor de la Deusto Business school. No lo llamen
crisis, nos dice José Manuel Gil. Llámenlo, por ejemplo, nuevo
escenario. Adaptense a él. No se resistan, que es peor, nos dice el
profesor. Gil. ¿Y en qué consiste este nuevo escenario? Pues, ante
todo, en que no tenemos dinero para mantener el nivel de gasto
público y privado de antes. Ya lo ha dicho Rajoy en su viaje
transoceánico: no hay dinero.
Ese nivel de gasto lo teníamos por culpa del crédito,
gracias a los créditos, gracias o por culpa de los préstamos con
interés, las hipotecas, la deuda. La deuda era una forma de vida. La
deuda permitía que amplios sectores de población accediesen a
bienes de consumo que sin ella no hubieran podido disfrutar. La deuda
permitía financiarse a los Estados. No estaba mal la deuda. No
estaba mal vista. Al revés. ¿Qué ciudadano obediente a las reglas
del juego, integrado en el orden social, dirigido por la publicidad,
podía sentirse a gusto sin estar pagando el crédito de la vivienda,
del coche, del coche nuevo, de la segunda vivienda, de las vacaciones
en Tailandia? La deuda era buena. La deuda era mejor. Todo inducía a
la deuda. Era la base de la actividad económica y el cimiento de la
actividad inmobiliaria. Era el becerro de oro y el sueño de las
masas.
Pero ahora es mala. No mala, sino malísima. Por eso
los recortes son imprescindibles, nos dicen, y por eso, nos dicen,
deberíamos someternos mansamente a la tijera que, con la deuda, va
recortando inversiones, derechos, igualdad, cooperación, cooperación
al desarrollo mientras grandes corporaciones occidentales se van
quedando con la tierra cultivable de África. Porque ya no son
solamente las piedras preciosas y los metales raros y el oro negro
los recursos apreciados, los recursos estratégicos, sino que ahora lo es también la tierra, la misma tierra
despreciada, la tierra fértil, derrochada, destruida,
imprescindible. El agua, la tierra, las cosas básicas e
imprescindibles, esos son los recursos sobre los que ahora, con la
población mundial creciendo hacia los 9.000 de almas que se calcula
que alcanzaremos en 2050, atraen el interés de los propietarios del
mundo y de los jugadores de Bolsa. Sí, eso también es parte del
nuevo escenario. Como la deuda que es preciso reducir, la deuda
pública que, a pesar de ser mucho menos preocupante que la privada,
centra los esfuerzos, los trabajos y los días del Gobierno español.
Pero no debemos limitarnos a pensar en la maldita deuda,
nos decía José Manuel Gil, tan partidario de recortes y reformas
que a los demás nos parecen recortes, sino, sobre todo, en el modo
de competir bajo las nuevas circunstancias. No sé si los gobiernos
miran o no miran más allá de los gastos que hay que reducir, pero
las empresas sí piensan en los ingresos y ya tienen la solución
para mantenerlos o aumentarlos: ¿invertir en investigación, en
creatividad, en eficiencia? No: recortar plantillas, recortar
sueldos. Son las grandes tendencias del momento: comprar tierra
cultivable en África, en la periferia
europea. El Estado recorta los presupuestos de los Ministerios, los
Gabinetes y los servicios públicos; las empresas recortan gente y le
recortan la vida a la gente. Por supuesto algunas empresas no pueden
hacer otra cosa, pero hay otras cosas que podrían hacer muchas
empresas. Según José Manuel Gil, la crisis actual, si queremos
llamarla así, consiste sólo en nuestra resistencia ante el cambio.
Así que cambiémoslo todo para que nada cambie. Cuanto antes
reorganicemos el sistema financiero y el mercado de trabajo, mejor.
Volvamos a la senda del crecimiento, de la crisis energética, de la
crisis alimentaria, demográfica, ambiental... El nuevo escenario.
¿Crisis? ¿Qué crisis?