No
es verdad que la sociedad se quede sin valores cuando pierde los
valores tradicionales, que, por cierto, no siempre son admirables. Un
vendaval de éxito fácil ha recorrido España para quienes tuvieran
un código moral laxo y estuvieran en posición y en disposicion de
especular, de recalificar, de intercambiar favores, de fabricar
elefantes blancos. Con el vendaval, se adoptaron valores nuevos, pero
se conservaron algunos muy antiguos. La omertá ¿no es un valor
tradicional? Y en todo caso, lo que parecía ejemplar a muchos,
discupable a otros, era una mezcla de listeza rápida, bribonería y
poder obsceno que ha ido contaminando las aguas subterráneas, los
campos de cultivo y la arquitectura. Eran los valores dominantes, lo
mismo que la estética hortera se ha vuelto poderosa en el panorama
visual. En este clima, con buena intención o sin ella, con norte o
con rumbo desnortado, se han fabricado muchos elefantes blancos, más
todavía de los que creemos (que son muchos), y ahora están ahí,
bajo el cielo, como grandes preguntas. Sus costillas son de acero y
de hormigón armado y de nada. Están vacíos o a medio hacer o
disimulan a duras penas la desproporción de su tamaño. España es
famosa en el mundo tambien por estos elefantes blancos. La Ciudad de
la Ciencia valenciana, ese sueño desmesurado, o la Ciudad de la
Cultura gallega, ese fantástico despropósito, son los más
conocidos. Son proyectos a los que no se les puede negar grandeza
(demasiada) pero si hiciéramos un mapa por satélite de la piel de
toro y fuéramos poniendo cruces en los “equipamientos culturales”
y las obras públicas (o semipúblicas) de las últimas décadas
¿obtendríamos la imagen de un cementerio de elefantes? Es
verdaderamente extraño. Por lo que respecta a la cultura, es como si
hubiera estado en manos de gente que no sabía lo que era y en lugar
de crear infraestructuras construía edificios. Pero lo más raro es
que cuando las máscaras de los actores caen al suelo en todas las
pantallas y los gobernantes de la Comunidad de Madrid se rinden
fervorosos ante la próxima aparicion de Eurovegas en el inventario
de lo real (convencidos de que nunca, nunca será un elefante blanco)
todavía hay quien tiene el reflejo de invocar la cultura para darle
un barniz estético al megaproyecto. El megaproyecto esta vez es
privado, pero bastante público en los dos sentidos de la palabra, y
tal vez por eso el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio
González, ha visitado los terrenos de Alcorcón donde va a
producirse el milagro y ha dicho que será “el mayor complejo de
ocio, cultura, negocios, convenciones y ferias” de Europa. Se le ha
olvidado mencionar el sexo, las drogas, el rock and roll. Los casinos
los ha mencionado de pasada. Sin embargo ha insistido en lo de la
cultura. La cosa, según él, quiere ser el mayor centro de “oferta
cultural” de Europa. Maravilloso.
(Publicado en el diario El Correo el martes 12 de febrero de 2013)