En
tiempos de cambio y zozobra, el lenguaje (ese gran campo de
fluctuaciones) tiene que adaptarse a inusuales excrecencias de lo
real. Por ejemplo, los trabajadores que trabajan pero no cobran
reciben el nombre de “trabajadores zombis”. No se incluye aquí a
quienes trabajan cuidando de otras personas, organizando,
gestionando, haciendo diferentes tareas dentro de la familia. No,
esas personas, con frecuencia bastante “zombificadas”, ya sabemos
que no cobran ni van a cobrar como no sea en especie. El nombre se
destina a los asalariados que no reciben su salario pero siguen yendo
a la oficina, al taller, a su puesto, a ver si la cosa se arregla, a
ver si las cosas vuelven a su cauce.
Un
asalariado que no cobra es una pura paradoja, lo mismo que un muerto
viviente. Le mantiene vivo su deseo (más que su esperanza) de que
todo vuelva a esa normalidad que creíamos regida por una ley cósmica
inmutable pero que ha mutado, se ha derretido y ahora, bajo su nueva
apariencia, nos parece tan normal como los relojes blandos de Dalí.
En el lugar de la normalidad de ayer tenemos hoy toda clase de
fenómenos extraños. Por ejemplo, la fiebre de las administraciones
públicas por cortar y recortar ¿no tiene efectos perversos? ¿No es
a menudo contraproducente? Por sus proporciones o por su dirección,
ha dejado de ser un sano propósito (si alguna vez lo fue) y se ha
convertido en una enfermedad. Siempre se corta por el mismo sitio (la
base) y a base de insistir, la amputación es inevitable.
En
el País Vasco, Osakidetza ha tenido que soltar dos millones de euros en el año 2012 para indemnizar a todas las víctimas de las
negligencias médicas. Aparte de otras consideraciones inquietantes,
podríamos pensar que esos dos millones de euros hubieran estado
mejor empleados si no hubieran sido la compensación por los
desaguisados cometidos, ya que antes se habrían gastado en puestos
de trabajo y otras minucias capaces de reducir mucho las condiciones
que dan lugar a los desaguisados. Es muy peligroso tener trabajadores
zombis por los pasillos de los hospitales, ya sea porque no cobran,
ya porque meten demasiadas horas extra. Cuando se meten muchas horas
extra se termina metiendo la pata.
La
paranormalidad social es lo que se nos quiere vender como una nueva
normalidad donde lo contraproducente crece, lo absurdo sonríe (con
la sonrisa del gato de Chesire) y lo insostenible es ley. El lenguaje
político, una vez más, repite sin fin ese juego de trileros en el
que nunca sabes qué vas a encontrar cuando levantes la bella frase o
el justo lema y mires debajo. El lenguaje de la calle contiene más
verdad en el juego de combinaciones con el que trata de mantenerse al
día produciendo nuevos términos a base de metáforas y tropos
diversos. He conocido ya varios trabajadores zombis y el final de la
historia suele ser que acuden al Fondo de Garantía Salarial, que no
da abasto. Aguantan todo lo que pueden por la sencilla razón de que
no encuentran otra cosa y aguantan el tipo tratando de que sus
vecinos no se den cuenta de que están atrapados en la maldición del
palo que ya se siente y la zanahoria fantasma. Van y vienen de casa a
la oficina y de la oficina a casa. Van y vienen. Están muertos pero
no lo saben.
Todo
el mundo resiste, todos aguantamos bajo algún paraguas que aguanta o
que está a punto de ceder mientras arrecia el aguacero. Nos
quejábamos de los sueldos de 1000 euros y ahora nos quieren
convencer de que un sueldo de 500 euros es normal, salvo para
políticos, altos directivos y altos funcionarios. Alguien se está
pasando de la raya y la cuerda se está tensando mucho. Un mes
después de que se creara la Sareb (Sociedad de Gestión de Activos
de la Reestructuración Bancaria), algo así como el banco malo
español, nos enteramos de que los 15 miembros del Consejo de
Administración habian ganado ya, ellos solitos, 142.917 euros. Al
mismo tiempo, la propaganda oficial nos induce a aceptar no ya los
“minijobs” (eso es para alemanes) sino la jornada completa a
precio de saldo.
La
convergencia con Europa está resultando otro contradiós en el que
los países del sur tienen que sacrificarlo todo salvo los sueldos de
los que cobran mucho, en tanto otros muchos hacen como que cobran. La
educación y la sanidad, la investigación y el conocimiento, que son
las inversiones básicas sobre las que se sostiene un país, son para
los gobiernos del día otros tantos gastos a los que hay que meterles
la rotaflex más que la tijera. Como resultado, tiemblan los pilares
del mundo que conocíamos y Mad Max aparece al fondo de la carretera.
Vamos y venimos. Mucha gente que antes iba de la oficina al centro
comercial ahora va del centro comercial a la oficina del paro. Quien
puede va y viene entre el centro comercial y el puesto de trabajo.
Estamos muertos pero no lo sabemos. Este es un mundo de zombis. Igual
es que antes también lo era.
Versión para este Blog de un artículo publicado en el diario El Correo el día 4-6-2013)