Festival
Ha llegado el
tiempo de las fiestas populares (las que han nacido de sí mismas en
la geografía de la mundialización) y de los festivales que encarnan
localmente un paradigma universal: el de la fiesta-concierto al aire
libre con electricidad, alcohol y apetito (siempre insatisfecho) de
bacanal postmoderna. Mientras Benicássim enferma de un I.V.A del
21%, escasez de abonos y problemas empresariales, el BBK Live
Festival de Bilbao se consolida y ya ha pasado este año por las
campas akelárricas de Kobetamendi, donde Mark Lanegan salió a
cantar bajo una tormenta de los mil diablos y aguantó varias
canciones bajo la lluvia y los truenos antes de que la lluvia y los
truenos arruinaran el espectáculo.
El espectáculo, por supuesto,
siempre continúa en otra parte, bajo el cielo veleidoso, el cielo
benevolente, el cielo eterno, pues el cielo del verano es todas estas
cosas, aunque no para todos. El verano eterno es de quienes pueden
coger un avión para seguirlo. Ellos lo saben, saben que siempre está
ahí, después de un vuelo más o menos corto. Luis Bárcenas lo sabe
y se resiste a pasar sus días a la sombra mientras el resto del
partido aguanta el sol de julio. Los ciudadanos de a pie, que pagamos
impuestos, pagamos los vidrios rotos y hacemos cola para pagar, vemos
el verano venir y marcharse con su cortejo de festivales y músicas.
Los músicos viajan por un círculo de escenarios, hoteles y
aeropuertos para hacer su trabajo, que es arte –más o menos– y
el capital viaja por el aire y por la fibra óptica para pagar las
fiestas de los paraísos donde siempre es verano y, si no,
primavera. “Eventos”, que antes quería decir “acontecimientos”,
ahora, por influencia del español de América, es una palabra
internacionalmente dedicada a los festivales de todo tipo, a los
partidos del Barça, a las grandes reuniones y su compleja
organización. Antes usábamos mucho la palabra “fiesta”, y ahora
además tenemos esta otra, “festival”, que también viene del
latín pero pasando por el inglés y por Río de Janeiro.
Un festival
es algo más que una fiesta, y algo menos genérico, y siempre tiene
una parte de despliegue y desfile, o es la parte de despliegue de la
fiesta, como el fabuloso crecimiento del caso Bárcenas, que en
países menos sometidos al influjo de los dioses del verano hubiera
terminado ya en un gran derrumbamiento. La política española
debería arruinar la producción de culebrones: éstos ya no servirán
ni como imitación chunga de la realidad, que los sobrepasa en sus
excesos, ni como evasión, pues se parecen demasiado a ella. Pero
siempre habrá quien prefiera una mala copia a un original malo;
quien se niegue a mirar este festival desquiciado en el que se
disuelve la fiesta de ayer, esta resaca en el que el espectáculo se
supera a sí mismo y los actores componen un carnaval grotesco y
fantástico que atraviesa el verano.
(Artículo publicado el martes 16 de junio en el diario El Correo)
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