Es madrugada aún. Viene el otoño
y echa sus hojas en la calle,
abajo, su publicidad crujiente
que anuncia nuevos fríos y más oscuridad.
Desde mi ventana
veo pasar muchachas con mochila,
veo pasar un hombre en bicicleta,
y camiones
y maletas que buscan la estación.
En los supermercados que despiertan
cuando la noche aún no se ha dormido
hay un secreto movimiento
de carga y de descarga,
y por la carretera se deslizan los coches
con su sueño atrasado
y vuelven a su casa los que dejan
su turno de trabajo.
Aún llevarán los niños al colegio
antes de bajar las persianas
y rezar para que venga el sueño,
el viejo carbonero,
hombre bueno del saco,
que trae la oscuridad donde reposa el mundo.
Desde mi ventana
el gran supermercado de la esquina
puede verse varado,
como un barco en la luz,
en el vulgar misterio que lo anima.
Y las puertas
que lo contienen
dejan salir un resplandor que anuncia
todo el trabajo y la esperanza,
y la desesperanza y la derrota
y el deseo que nadie ha formulado
pero que está detrás de las paredes,
en la luz encendida,
la súplica inconclusa
que sólo quiere
que llegue el día
y sea, el día,
simplemente amable.
(Del libro Poemas para la gente, 2007)
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