martes, 3 de diciembre de 2013

China

Zhong Kui llevando una espada, por
Fan Zeng. Obra conservada en el
MetropolitanMuseum of Art
, New York
Durante largos, largos siglos (los siglos fueron más largos en el pasado, los años más largos, las horas igual de cortas) el país de las maravillas no estuvo en los libros de Lewis Carrol, que aún no había nacido, sino en China. El libro de los viajes de Marco Polo, que viajó sobre todo por el Imperio de Kublai Khan, se tituló Libro de las Maravillas del Mundo, y algunas de las maravillas que llegaban de Oriente con cuentagotas eran la seda y la porcelana. Es famosa la historia de la impresionante armada del siglo XV, con sus grandes barcos que ninguna otra potencia podía soñar provistos de adelantos técnicos que Europa tardaría un siglo en descubrir. Con esta historia se han hecho extraordinarios documentales para la televisión, y por ellos sabemos que, después de extender su influencia y dejar un poderoso recuerdo en costas lejanas, los chinos se replegaron y no volvieron a enviar navegantes fuera hasta el siglo XIX.
Buscando China, y no sólo la India como siempre se dice, Europa alcanzó América (para desgracia de los americanos) y puso los pilares de su dominio del mundo. Por sus desequilibrios internos y por su encuentro con Europa, China entraría en un largo periodo de decadencia. Dejó de ser el país de las maravillas y se convirtió en un país al que se exportaba opio (antes de los carteles colombianos el Imperio británico ya se dedicó al negocio de las drogas a gran escala), y, más tarde, fue uno de los lugares a los que se enviaban donativos del Domund. Eso antes de que se instaurara la República Popular, por supuesto. En el siglo XXI no sabemos si el PSOE ha vuelto, como dice Rubalcaba, o si volverá alguna vez, pero China sí que ha regresado.
La flota comandada por Heng Zhe no alcanzó Europa en el siglo XV, como ha dicho Jack Goldstone, de la George Mason University, por la misma razón que EE.UU dejó de enviar expediciones a la luna: no había nada allí que pudiera interesarles. Pero Europa siguió buscando a China con denuedo. Así los mercaderes asiáticos pudieron inundar Europa con porcelanas que Europa tardaría mucho en saber copiar, con tejidos de seda que se cultivaba a gran escala para la exportación, más tarde con ropas hechas según la moda europea. Después del siglo XVI, Europa por fin podía dar algo a cambio de los tesoros chinos: la plata que viajaba en los galeones españoles. El mercado del lujo tenía hambre de la inigualable porcelana china y China tenia hambre de plata.
Cinco siglos después, los chinos se las han ingeniado para inundar los mercados occidentales con una producción sin competencia. Han ido recuperando el control de la tecnología más avanzada. Hoy todo se fabrica en China y China es la segunda potencia económica del mundo. Dicen que para 2016 será la primera. ¿Quién se atreve a llevarse mal con el régimen chino? Pero este mundo globalizado está lleno de factores incontrolables. Un sólo individuo, llamado José Elías Esteve, ha organizado una crisis diplomática con una querella que presentó en 2006 ante la Audiencia Nacional. Esteve acusó al expresidente Jiang Zemin, al exprimer ministro Li Peng y a otros dos ex de genocidio por su intervención en el Tibet. La querella ha prosperado y la Audiencia Nacional ha emitido una orden de detención que lleva los ilustres nombres de los ilustres acusados. La orden tiene fecha de 19 de noviembre de 2013.
China, según escribió Miguel González en su información para el diario El País, es “el país en el que España había puesto los ojos como un nuevo El Dorado asiático para las empresas españolas”. El Dorado o el País de las Maravillas, tanto da; el caso es que “el gigante asiático”, como reza el tópico, se ha enfadado bastante y ahora tiemblan las empresas españolas (por lo menos unas cuantas). Al ministro García-Margallo le han dado un disgusto fenomenal, pero es tarde para dárselo a Fagor Eletrodomésticos: su expedición china ya había terminado. Terminó tan mal que desapareció Fagor.

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