China
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Zhong Kui llevando una espada, por Fan Zeng. Obra conservada en el MetropolitanMuseum of Art, New York |
Durante
largos, largos siglos (los siglos fueron más largos en el pasado,
los años más largos, las horas igual de cortas) el país de las
maravillas no estuvo en los libros de Lewis Carrol, que aún no había
nacido, sino en China. El libro de los viajes de Marco Polo, que
viajó sobre todo por el Imperio de Kublai Khan, se tituló Libro de
las Maravillas del Mundo, y algunas de las maravillas que llegaban de
Oriente con cuentagotas eran la seda y la porcelana. Es famosa la
historia de la impresionante armada del siglo XV, con sus grandes
barcos que ninguna otra potencia podía soñar provistos de adelantos
técnicos que Europa tardaría un siglo en descubrir. Con esta
historia se han hecho extraordinarios documentales para la
televisión, y por ellos sabemos que, después de extender su
influencia y dejar un poderoso recuerdo en costas lejanas, los chinos
se replegaron y no volvieron a enviar navegantes fuera hasta el siglo
XIX.
Buscando
China, y no sólo la India como siempre se dice, Europa alcanzó
América (para desgracia de los americanos) y puso los pilares de su
dominio del mundo. Por sus desequilibrios internos y por su encuentro
con Europa, China entraría en un largo periodo de decadencia. Dejó
de ser el país de las maravillas y se convirtió en un país al que
se exportaba opio (antes de los carteles colombianos el Imperio
británico ya se dedicó al negocio de las drogas a gran escala), y,
más tarde, fue uno de los lugares a los que se enviaban donativos
del Domund. Eso antes de que se instaurara la República Popular, por
supuesto. En el siglo XXI no sabemos si el PSOE ha vuelto, como dice
Rubalcaba, o si volverá alguna vez, pero China sí que ha regresado.
La
flota comandada por Heng Zhe no alcanzó Europa en el siglo XV, como
ha dicho Jack Goldstone, de la George Mason University, por la misma
razón que EE.UU dejó de enviar expediciones a la luna: no había
nada allí que pudiera interesarles. Pero Europa siguió buscando a
China con denuedo. Así los mercaderes asiáticos pudieron inundar
Europa con porcelanas que Europa tardaría mucho en saber copiar, con
tejidos de seda que se cultivaba a gran escala para la exportación,
más tarde con ropas hechas según la moda europea. Después del
siglo XVI, Europa por fin podía dar algo a cambio de los tesoros
chinos: la plata que viajaba en los galeones españoles. El mercado
del lujo tenía hambre de la inigualable porcelana china y China
tenia hambre de plata.
Cinco
siglos después, los chinos se las han ingeniado para inundar los
mercados occidentales con una producción sin competencia. Han ido
recuperando el control de la tecnología más avanzada. Hoy todo se
fabrica en China y China es la segunda potencia económica del mundo.
Dicen que para 2016 será la primera. ¿Quién se atreve a llevarse
mal con el régimen chino? Pero este mundo globalizado está lleno de
factores incontrolables. Un sólo individuo, llamado José Elías
Esteve, ha organizado una crisis diplomática con una querella que
presentó en 2006 ante la Audiencia Nacional. Esteve acusó al
expresidente Jiang Zemin, al exprimer ministro Li Peng y a otros dos
ex de genocidio por su intervención en el Tibet. La querella ha
prosperado y la Audiencia Nacional ha emitido una orden de detención
que lleva los ilustres nombres de los ilustres acusados. La orden
tiene fecha de 19 de noviembre de 2013.
China,
según escribió Miguel González en su información para el diario
El País, es “el país en el que España había puesto los ojos
como un nuevo El Dorado asiático para las empresas españolas”. El
Dorado o el País de las Maravillas, tanto da; el caso es que “el
gigante asiático”, como reza el tópico, se ha enfadado bastante y
ahora tiemblan las empresas españolas (por lo menos unas cuantas). Al ministro García-Margallo
le han dado un disgusto fenomenal, pero es tarde para dárselo a
Fagor Eletrodomésticos: su expedición china ya había terminado.
Terminó tan mal que desapareció Fagor.
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