Ha
girado el reloj del año y de pronto nos hemos encontrado en la
medianoche del último día. Una linea, un minuto nos
separaba del futuro. Es una frontera simbólica, pero tiene la
realidad incontestable de las convenciones. Como el lenguaje humano,
que se hace posible en la convención de la Lengua. Extraños
acuerdos inmemoriales: extraños si nos extrañamos un momento para
verlos desde el borde de la comunidad, que linda con otras
comunidades y se funde en grupos mayores con los que compartimos
menos rasgos, pero igualmente hondos. Extraños estos acuerdos –las
convenciones, los signos, las celebraciones– por inexplicables,
inexplicables por inmemoriales, porque no conocemos su origen, porque
hunden sus cimientos en la naturaleza misma –la nuestra, la de la
especie–. Todas las comunidades, las culturas, las civilizaciones,
lo que se quiera, tienen un día en que el mundo se acaba y el mundo
empieza de nuevo. La fecha no coincide, pero coincide el significado.
Uno de esos días es la noche en que acaba el año. La mañana del 31
de diciembre muestra ya una inclinación que se parece al vértigo.
Es un tobogán que se precipita hacia las campanadas de la media
noche. El planeta entero –más o menos– está orientado hacia ese
final o ese comienzo. La noche es como cualquier otra, pero cuando
llega el día sabemos que estamos al otro lado. El día previo
gravita hacia la profundidad y la oscuridad, hacia el inconsciente y
la inconsciencia. El día que sigue es para los que pueden estar
despiertos. Pero la lucidez es dolorosa, como la luz del día en la
resaca que sigue a la fiesta. Hay que descansar de la lucidez y de la
luz. La madrugada del primer día del mundo tiene mucha actividad y
poca lucidez, un hervor de masas lanzándose de cabeza al tiempo, a
los dientes del tiempo que hace girar sus ruedas de fuego y explota
en la medianoche. Son ciclos, esa
afición de la vida a encontrar su equilibrio en las oscilaciones. Es
verdad que el viejo año se ha convertido en confetti sucio y en los
vidrios rotos que enseguida pagaremos. Pero también es verdad que
hay un año nuevo por delante. Verdades o convenciones, relatos
sustanciales sintonizados con los ritmos circadianos –es decir, con
la biología– pero también con las mareas culturales que barren el
mundo, que se alejan y se aproximan y superponen. Se ha acabado el año,
aunque no del todo. Hasta el 32 de enero, cuando empezará el año
4712 del calendario chino, el Año Nuevo tendrá una palidez de
irrealidad. El gobierno de España nos anuncia que 2014 va a ser el
año de la recuperación económica. Ojalá lo sea –ojalá es
palabra árabe–. En todo caso, será otro año que irá llevando el
peso del mundo otra vez a donde estuvo durante milenios: a Oriente,
de donde vienen los Tres Magos en el horizonte de enero.
lunes, 6 de enero de 2014
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