Durante
un par de noches plantó su tienda en el parque del centro de la
ciudad y a los vecinos de la zona, a muchos, les pareció mal. Parece
ser que les estropeaba la vista. Este hombre es dueño de una tienda
igloo (o iglú), una bicicleta, una mochila y un perrillo de lanas.
No ensucia los lugares donde se queda a pasar la noche, pero aún así
a la gente, o a alguna gente, les parece que el orden del mundo se
tambalea cuando la casa de este hombre, es decir, su tienda de
campaña, amanece en el parque del centro de la ciudad. ¿Qué va a
ser esto? Imagínate que a todos los pobres que estén de paso les de
por acampar aquí. O lo que es aún peor, que lo hagan los pobres que
no están de paso.
El
hombre del perro de lanas mantiene la dignidad y mantiene la
compostura, pero la vida en la calle es dura, tirando a terrible, y
no todos los pobres de solemnidad que viven a la intemperie consiguen
mantener la compostura, ni siquiera la esperanza por mucho que esta
sea lo último que se pierde. Una mañana temprano, cuando aún no ha
amanecido, subo por una calle céntrica de la ciudad y en las
escaleras del Centro de Salud, antes Ambulatorio, hay un tipo barbudo
y desastrado. Está amenazando a alguien con ir a dormir a su casa.
El tipo grande y barbudo se queja y se enfurece y manifiesta con voz
sonora haber sido robado esa misma noche mientras dormía en la acera
de enfrente. Sólo por hacer una gracia, por divertirse, le han
quitado un zapato y ahora nuestro hombre cojea y despotrica en la
puerta del Centro de Salud, donde pretendía encontrar alguna ayuda y
alguien le ha pedido, no sabemos si con educación y sin ella, que
desaparezca.
El
centro de la ciudad está lleno de indigentes porque el comedor de
Cáritas y otros servicios sociales están en el centro. Hay quien
querría fumigarlos y hay quien les ayuda, y por eso, y por los
servicios sociales, ellos siempre están ahí. Por la noche no, por
la noche casi todos se van: los albergues están lejos. Yo recuerdo
que hubo un tiempo en que la mendicidad desapareció de las aceras.
Ahora no sólo cada iglesia sino cada supermercado tiene su pobre, su
pobre de pedir. Ahora tenemos nuestros pedigüeños de barrio, los
que llevan más de diez años fichando diariamente en la puerta del
mismo supermercado y hacen recados y conocen a todo el mundo, además
de los pobres transeúntes y los que acaban de llegar a la calle y
aguantan pensando que pronto la dejarán, que todo volverá a ser
como antes. Pero si existe la expresión “pobres de pedir” es
porque hay más clases de pobres, pobres que no piden en las aceras,
pobres que aún tienen un techo donde ocultar su pobreza. La pobreza
es un país ancho y fluctuante. Parece ser que en el mundo actual los
ricos son cada vez más ricos pero hay cada vez más pobres. A ver si
las dos cosas van a tener algo que ver...