Es
una pena que los adjetivos se conciban como un adorno y se usen para
que el tópico insustancial se haga presente junto al nombre. Es una
pena porque es penoso. A veces parece que el lenguaje de la publicad
es todo el lenguaje, a juzgar por la frecuencia con que las playas
son paradisiacas, los recuerdos entrañables, los marcos
incomparables y los caldos exquisitos. El lenguaje de
la publicidad tiende, en efecto, a ser todo el lenguaje, a invadirlo todo. Para
ello debe matar al adjetivo, matar su poder de establecer relaciones
o de detectar relaciones entre partes de lo real, su capacidad de
entrar en la complejidad viviente de lo real. Cuando aparece
antepuesto al nombre, como si fuera un epíteto, el proceso se ha
completado y la palabras en cuestión ya no aporta nada: así las
vacaciones merecidas pasan a ser merecidas vacaciones, es decir,
vacaciones a secas pero con un pegote antepuesto que alguna vez quiso
decir alguna cosa.
El
adjetivo no es un personaje inocuo que aparece brevemente en escena,
saluda y se va, sin consecuencias. El lenguaje nunca es inocente.
Cuando el adjetivo carga las frases con los topicazos, cursis o
tremendos, de una realidad hecha para que no se vea lo real, está
siendo cualquier cosa menos inocente. El adjetivo es especialmente
útil para convocar en una fórmula sintética esa afición que tiene
lo real por las contradicciones y las paradojas. La realidad está
siempre combinando y mezclando cosas, incluso en combinaciones que
parecen imposibles.
La realidad social hace eso. Y hace cosas que no
vemos, pero aquello que está fuera del alcance de la vista a veces
lo está por ser muy pequeño, como los diez elementos químicos que
se han descubierto desde que Rubalcaba dejó la enseñanza, o por ser
muy grande, como la galaxia en la que estamos incluidos según todos
los indicios. Además hay muchas cosas que simplemente están fuera
de nuestro foco de atención mientras los adjetivos saltan por los
suculentos manjares y por todos los espectaculares espectáculos del
mundo hecho espectáculo a 24 dólares la entrada si se trata del
mausoleo del 11S (nos lo contaba Mercedes Gallego en el diaro El Correo).
La política misma, que es una cosa intrínsecamente
pública, tiene un extenso lado invisible, como cuando Europa y los
Estados Unidos de América negocian ese tratado comercial del que se
habló antes de las últimas elecciones europeas y ya no se habla y
nada se sabe, aunque cuando sea misteriosamente aprobado condicionará
nuestras vidas.
Quizás de lo que se trata es precisamente de mantener oculto el origen de los
marcos económicos, jurídicos etc que crean las condiciones de la
prosperidad o de la ruina, de la libertad o la opresión, para que
pensemos que son naturales, inevitables, insoslayables, como los
adjetivos que siempre están ahí porque los demás adjetivos han
sido retirados de la circulación, porque ya no hay otros.