Después
de la Primera Guerra Mundial los alemanes tenían muchos problemas
económicos pero no suficientes trabajadores extranjeros a los que echar la culpa. El genio inventivo humano y el fantástico torbellino de la
historia encontraron la solución. Lo que sí tenía Alemania era un
buen número de ciudadanos de ascendencia semítica y religión judía
porque en el pasado había sido una tierra tolerante hacia las
minorías religiosas. Abrazando con pasión germánica el viejo
antisemitismo europeo los nazis empezaron a servir el chivo
expiatorio según diversas recetas. No hemos escarmentado y quizás
no lo hagamos nunca. Un partido tan civilizado como el de Rajoy y
Cospedal juguetea con la idea de que los extranjeros vienen a España
a llevarse las ayudas sociales a sus guaridas mientras los cientos de
casos excepcionales que dibujan el mapa de la corrupción se lo
llevan crudo a las guaridas del dinero. En toda Europa la gente
escucha atentamente a quienes les dicen que los extranjeros vienen a
quitarles el trabajo. Es una suerte que al sur de los Pirineos
tengamos a Pablo Iglesias y no a un Adolf Hitler celtíbero
disfrazado de Viriato subiendo en las encuestas como Marine Le Pen en
Francia (en Francia, el que más se parece a Hitler es Jean Marie Le Pen, pero la que sube en las encuestas es Marine).
Esta
idea de ir a por la tribu vecina cuando escasea la caza debe de estar
integrada en la circuitería genética y es una tendencia tan sólida
que ha dado lugar a culturas enteras basadas en la guerra, el saqueo
y la rapiña. En la web de Radio 4, pero de la BBC, hay un programa
de historia de las ideas (de esos que ya no son posible en RNE) donde
se puede escuchar la voz de Carl Jung. Impresionante. Estos ingleses
tienen grabada la voz de Jung y la voz de Jung dice: “Necesitamos
más psicología, necesitamos más comprensión de la naturaleza
humana porque el único peligro real que existe es el hombre mismo.
Sabemos muy poco de la naturaleza humana, apenas algo más que nada”.
Los
vikingos volvían a casa con el botín, los antiguos romanos
ampliaban el territorio del Imperio en busca de los recursos que
necesitaban y los nazis estaban obsesionados con ampliar el “espacio
vital”. Cuando Hitler hubo ensayado bastante en su espacio
doméstico fue a por los vecinos, que tenían territorio y cuentas
bancarias. La existencia de una naturaleza humana común encuentra en
esta conducta uno de sus más sólidos hilos conductores. Si el que
puedes considerar diferente está en tu barrio o en el barrio de al
lado y es dueño de un bazar o de una sastrería resulta mucho más
fácil ir a por él que si hay que cruzar la frontera. Es lo que
están haciendo los sudafricanos. El país va mal, así que ellos van
a por los nigerianos, los somalíes, los mozambiqueños y los
paquistaníes. La tribu y el territorio, dos conceptos de raíz
biológica que ayudaron a sobrevivir a nuestros antepasados, podrían
ser, si seguimos así, la estupidez definitiva.