Se publicó como artículo de opinión el martes 22 de marzo en el diario El Correo
En
el primer día
de la primavera
la muerte recoge
trece
calaveras
para su collar
de muchachas muertas.
La muerte
no duerme,
siempre está despierta,
en los hospitales
y
en las carreteras,
en las salas solas
o en salas de espera,
en los aeropuertos,
detrás de las puertas,
la gente se
duerme,
ella está despierta
recogiendo flores
y
encendiendo velas.
La gente se duerme
de cansancio y pena
pero ella no duerme,
siempre está despierta,
siempre
está sembrando
y siempre cosecha.
Siembra furia y miedo,
dolor y vergüenza,
siembra sobre el agua
de las barcas
llenas,
la boca del puerto,
el aire y la arena.
Siembra
la venganza,
el odio y la guerra,
tiene adoradores
que
por ella siembran
y luego recogen
la amarga cosecha.
Sin
embargo nadie
la espera en la fiesta.
Es inexplicable
su
mano doméstica.
Su juego sorpresa
no nos lo explicamos.
Sabemos que llega.
Es la mano fría,
la mano despierta
que derrama el sueño
sobre las cabezas
de los
conductores
en las carreteras.
La gente se duerme.
Ella
está despierta
en la madrugada
cuando una luz tierna
esparce su abismo
en la carretera.
Bajo la nevada
ella
está despierta.
En la playa ardiente
y en la borrachera
de
fuego y verano
y en la primavera
cuando las muchachas
viajan
en primera
a la dulce nada,
vientre de la tierra,
dejando
un vacío
en quienes se quedan,
la pregunta inútil,
la
inútil protesta.
La muerte no duerme,
siempre está
despierta.
Su sombra de plagas
asombra y aterra.
Todos
los enfermos
sienten su presencia.
Los laboratorios
guardan
en probetas
armas de la muerte
y armas contra ella.
Sin
embargo apenas
nadie reconoce
su cara doméstica,
la que
se confunde
con alguien que espera,
la que tiene manos
que
en el sueño enredan
y fijan los turnos
y escriben las
cuentas
y han determinado
el final de fiesta.
En el
primer día
de la primavera
la muerte recoge
trece
calaveras
para su collar
de muchachas muertas.
Que todas
las flores
sean para ellas,
el luto florido
de la
primavera.
En otros lugares
sigue la cosecha.
Los ojos
oscuros
de las niñas griegas
ven los cuerpos muertos
de
sus compañeras,
las desconocidas
que arrastran las aguas
y
empuja la guerra,
flotando en las aguas,
dormidas en tierra.
La muerte no duerme.
Ufana pasea
por los puntos negros
de las carreteras,
por la oscuridad
donde la acogemos
tan
ambiguamente
al dejar abierta
la entrada a su sombra.
Ella
nunca ceja.
Se vale del tiempo
y la naturaleza
y de la
avaricia
y de la pobreza
y de la mecánica
y de la
magnética
sombra de sus ojos
sobre la desierta
luz del
horizonte
de la carretera.
Los depredadores
son
aficionados
a la carne tierna
y la muerte lleva
de todo
en su manto:
amapolas rojas,
trece cabelleras
y becas
Erasmus
y muchachas rubias
y también morenas.
Que las
acompañen
las flores primeras
y la niña eterna
que
duerme en el fondo
de la primavera.